martes, 19 de mayo de 2009

Qué es educar

¿Qué es educar? Enseñar a vivir ¿Cómo? Desarrollando las cualidades internas del alma humana y los dones propios, el “dedo de Dios” que a cada uno impulsa en esta vida, y sin los cuales es como si estuviésemos muertos: los tan mencionados “talentos” y de los que somos tan maravillosamente responsables. Transmitiendo una cultura que sirve de matriz de este desarrollo interior y del conocimiento de nosotros mismos y del mundo en que vivimos.
La palabra “educar” viene de una latina que significa “educir”, extraer desde el interior al exterior, guiar, desenvolver. El efecto del sol, el agua y un buen jardinero sobre las semillas en la tierra.
En las Escuelas de Filosofía Antigua, y a través de ellas, en las diferentes sociedades que alzaron cultura y civilización en el pasado histórico, la educación tenía como finalidades principalísimas:
1- Promover el reencuentro del joven con su propio ser interior, su propia alma, descubriendo paulatinamente su naturaleza más fecunda, sus capacidades innatas. Desenvolviendo así la Inteligencia que debe iluminar los caminos de la vida, aprendiendo a discernir, valorar y penetrar el sentido de los acontecimientos. Ésta es también la clave del reencuentro con todos los valores del alma que llevan a la concordia, la amistad, la comprensión, el sentido del honor, la responsabilidad; a una axiología moral (el pilar de la estabilidad interior) firme. El desarrollo de una conciencia cada vez más amplia, en su doble faz de espectador de causas y efectos que se suceden en la dinámica vital y de actor pronto a responder a los desafíos que exigen lo mejor de cada uno de nosotros.
2- Aprender a usar las herramientas y escenarios del alma que la misma vida nos otorga, queramos o no. Como una bendición, si sabemos hacer buen uso de ellas, como una maldición si se vuelven contra nosotros y no podemos controlarlas y sujetarlas a nuestra voluntad y libertad interior. Estas herramientas son el cuerpo, la corrientes de vitalidad que le animan, la “mariposa multicolor” de nuestra emotividad (el mundo de las sensaciones internas, emociones, instintos, pasiones y sentimientos) y la mente. Aprender, por tanto a trabajar, a observar, a pensar y a hablar, y a laborar en la tierra sutil, como dijimos, de emociones y sentimientos, estableciendo lazos así con la vida, con la naturaleza y con quienes nos rodean. Aprender a imaginar y a soñar y a plasmar aquello que soñamos. Y todo ello para ser útiles a nosotros mismos (a lo mejor de nosotros mismos) y a la comunidad de la que formamos parte.
Desarrollar la capacidad de asumir bien, y naturalmente, las diferentes edades de la vida, que si no bien asumidas, provocan fracturas internas. Y no sólo ellas, sino las diferentes circunstancias y cambios de escenarios, y las diferentes crisis que debemos enfrentar en nuestro natural desarrollo, las pruebas de la vida. Como dirían los egipcios, poder sobrevivir íntegros a todas las metamorfosis, sin heridas que nos arrebaten la sangre del alma. Hay que llevar al educando, y progresivamente, a partir de la adolescencia a saber enfrentar los hechos, las situaciones y problemas en lo que el profesor Livraga llamó “el difícil arte de vivir la realidad” y no huir por caminos que no llevan a ninguna parte, ni ser víctimas y esclavos de nuestras fantasías. Aprender, también, el arte de la estrategia, saber cómo llegar a donde queremos y sabemos que debemos llegar. Si educar es iniciar en el arte de vivir, vivir es, según un Maestro de Sabiduría hindú: “Aspirar, crear, transformarse y triunfar, todo lo demás es detestable vegetar en una ignominiosa supervivencia en la indignidad, la abyección y el caos”. Esto es lo que el discípulo debe aprender, a aspirar, crear, transformarse y triunfar; y esto lo que el maestro debe enseñar, no imponiendo nada sino haciendo crecer los valores internos del alma del discípulo, creando para ello escenarios, guiando, probando, otorgando los conocimientos necesarios para ello y para comprender al hombre, la naturaleza y el mundo en que vivimos. Como genialmente describe el Jorge Angel Livraga[1], Maestro de quien escribe estas líneas: el hombre tiene una capacidad de creación, de imaginación y de fantasía que le permite pasar por encima de los obstáculos, que le permite no tener una programación mecánica, sino una fuerza espiritual humana que hace que pueda no solamente adaptarse al medio ambiente, sino superarlo y recrear en obras todo un mundo interior. Es obvio que los hombres tenemos un mundo interior, cada uno de nosotros tiene su mundo interior. Su mundo interior está muchas veces en conflicto o está muchas veces en relación no del todo armónica con el mundo exterior o con el mundo circundante. En esta riqueza de la Humanidad cada uno de los hombres tenemos nuestra forma de sentir, nuestra forma de pensar, nuestra forma de vivir; pero tenemos también, todos nosotros, una cultura que nos une. Esta cultura que nos une nos permite hablar de ciencia, hablar de arte, hablar de literatura, de lo que fuere, entendiéndonos por medio de signos convencionales que hemos aceptado. O sea, que los hombres, por la parte genética, sólo heredan una serie de capacidades instintivas, pero hace falta el aprendizaje, esto es, hace falta la transmisión de la cultura para que el hombre se realice como tal.[2]

[1] Filósofo, historiador y poeta. Fundador y director desde el 1957 hasta el 1991 de la Organización Internacional Nueva Acrópolis
[2] Conferencia impartida el 10 de marzo de 1976 en la ciudad de Lima, Perú. Aparece editada en el libro Magia, Religión y ciencia para el Tercer Milenio, pag. 225-237, Editorial Nueva Acrópolis, España.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Qué difícil le es a un discípulo referirse a su Maestro, pues teme no encontrar las palabras con que agradecer y con las que expresar tantas vivencias del Alma, tantas vibrantes Ideas, transmitidas como una llama de corazón a corazón. Los griegos antiguos siempre que tenían que hablar de un asunto de veras elevado, invocaban a las Musas para que otorgaran benévolas su dulce y melodiosa inspiración, su ritmo y danza, su musical coro, tantas veces representado en el arte. Esto mismo hago, ¡Invoco a las Musas, para que desde sus nichos celestes, desde los ejes inmutables del espacio en que moran, desde los números y ritmos que rigen derramen, benditas, su inspiración, como un rocío del cielo, como desde un cáliz de eternidad en este mundo de sombras fugaces! ¡Que su canto vibre poderoso y fecundo, musical y fluyente en las palabras de un humilde discípulo que quiere agradecer tanto, tanto a su Maestro, que no sabe como empezar sino quizás, con lágrimas… que debe convertir en palabras!

Conocí al profesor Jorge Angel Livraga, por primera vez en una entrevista en televisión sobre temas de Filosofía Oculta que le hizo su amigo el Dr. Jiménez del Oso, hace ya tantos años –y yo era tan joven, un adolescente de no más de 13 ó 14 años- que nada recuerdo, si no es el interés que despertaron en mí sus palabras, y también, ¿por qué no decirlo? su gesto, que desbordaba juventud interior, poder y bondad. En 1982, en Madrid, cursé el Primer Nivel de estudios de Nueva Acrópolis y desde ese año hasta su deceso el 7 de octubre de 1991 asistí a decenas de conferencias, charlas informales que aparecían en las más variadas ocasiones: fiestas, celebraciones de cumpleaños y otros aniversarios, reuniones organizativas, etc, etc. Dentro del Programa de Estudios de esta organización mundial filosófica y humanista que él fundó, tuve la maravillosa oportunidad de recibir clases de él directamente en las materias de Retórica Clásica (un año), Dialéctica (dos años) y Fenomenología Teológica (Religión Védica). La lectura y estudio de todos sus libros, cientos de artículos de revistas, sumado a las miles y miles de páginas de apuntes por él redactados dentro del programa de estudio y de recomendaciones directas para sus discípulos es, para mí, junto al privilegio de recibir enseñanzas directas de él, el mayor tesoro de toda mi vida. Continuar la formación y los estudios con la profesora Delia Steinberg Guzmán, su Discípula y mi Maestra, una bendición. Evidentemente en Nueva Acrópolis no se estudian sólo sus escritos, sino todo el caudal de conocimientos, casi inagotable de los clásicos griegos, romanos, chinos, egipcios hindúes, hebreos, precolombinos, europeos… que forma el bagaje de experiencias del alma humana, y que permitieron elevar, una y otra vez la civilización desde el selvático seno de la barbarie. Unido a los comentarios, mágicos por lo sublimes, y luminosos de H.P.B, la genial Helena Petrovna Blavatsky.
Y aún así el objetivo de este blog es rendirle, y humildemente, homenaje. Yo soy sólo uno más de entre sus miles de discípulos y de entre los cientos de miles –varios millones, en cincuenta años- que se sienten deudores de sus enseñanzas y ejemplo de vida. Y pienso sinceramente, que el mejor modo de decir gracias es, como decía H.P.B, honrar las verdades con su práctica, y también mostrar, comentar sus enseñanzas, examinar algunos recuerdos de los que se pueda extraer su alma, su mensaje, y elevar todo ello como un loto azul abierto al sol del mediodía, como una ofrenda.